viernes, 18 de noviembre de 2016

La diferencia entre ser y tener


La sociedad en la que nos ha tocado vivir promueve una conexión e irremediable unidad entre  ser y tener. Basta sintonizar los medios de comunicación para recibir como aluvión, la filosofía barata de que somos aquello que podemos comprar o alcanzar.

Ser y tener. Dos verbos tan distintos en su conjugación como en su significado.

Y cuán equivocados vivimos creyendo que mientras más compremos, acumulemos y alcancemos; más completos, felices y capaces seremos. Grave error en el que nos dejamos envolver. 

Es allí donde debemos poner límites, trazar una demarcación que establezca las diferencias, detenernos como sociedad y retornar a la búsqueda del valor intrínseco del ser humano. Una búsqueda individual, íntima, reflexiva, que causa desasosiego, cansancio y aunque parezca contraproducente, atrae paz, felicidad y plenitud.

Detenerme y reflexionar. Sin esperar a que otros lo hagan por mí. Porque cuando soy capaz de distinguir entre quién soy y lo que tengo, dejo de cargar con el sentimiento de carencia, dejo de obsesionarme con la búsqueda de cosas que aparentemente “necesito”. Cuando soy capaz de distinguir entre quién soy y lo que tengo, abandono la constante búsqueda de posesiones, títulos y logros.

Si soy capaz de distinguir entre quién soy y lo que tengo, llego a entender que no importa todo lo que compre, logre, lo exitosa que llegue a ser en la vida, porque aunque sienta cierto alivio momentáneo, será algo temporal y volveré a sufrir ese vacío emocional.

Detenerme y responder ciertas interrogantes ¿quién soy? ¿para qué estoy en esta tierra?
Interrogantes que indudablemente no se pueden responder por sí solas, el creador conoce mejor que nadie la respuesta estas existenciales inquietudes.
  • ¿Ya que ha dicho Dios de mí? ¡Él cree que soy única! Y todo esto me lo ha dicho en una carta de amor, la Biblia.
  • Eres mi diseño exclusivo hecho a mi imagen, con mis propias manos. (Génesis 1:26 y 27) Yo tengo de su aliento. ¡Soy exclusiva! Yo soy la idea de Dios. Fui creada a su imagen. No hay otra persona en el mundo entero igual a mí.
  • Te he coronado de gloria y de honra. (Salmo 8:5)
  • Eres linaje escogido, real sacerdocio, mi especial tesoro. (1 Pedro 2:9) (Éxodo 19:5)
  • Te escogí cuando planifiqué la creación (Efesios 1:11)
  • Tú no fuiste un error, todos tus días están escritos en mi libro. (Salmo 139:15)
  •  Fuiste hecha maravillosamente. (Salmo 139:1)
  • Yo te formé en el vientre de tu madre. (Salmo 139:13)
  • Eres hermosa, ¡en ti no hay defecto alguno! (Cantares 4:7) 
  • Te saqué de las entrañas de tu madre el día en que naciste. (Salmo 71:6)
  • No solo te hice, también te compre, te elegí, tú eres mía, eres mi princesa. (Deuteronomio 14:2) (Deuteronomio 26:18) (Tito 2:14)
  • Eres honorable, a mis ojos eres de gran estima. (Isaías 43:4)
  • No te preocupes por la comida, la ropa o la vivienda, déjame encargarme de eso. Yo soy tu proveedor y suplo todas tus necesidades. (Mateo 6:31-33)
  • Mi plan para tu futuro está lleno de esperanza. (Jeremías 29:11)
  • ¡Eres un alma libre! (Lucas 13:12)
  • Yo te rescaté y te redimí. (Juan 3:16) (Romanos 5:8)
  • Eres un regalo de amor. (Salmo 127:3)
  • Te conozco personalmente. Conozco todos tus pensamientos. (1 Crónicas 28:9) (Salmo 139:1)
  • Me gozo en ti con alegría. (Sofonías 3:17)
  • Yo estoy cerca de ti cuando tu corazón está quebrantado. (Salmos 34:18)
  • Yo soy ñoño contigo, tú eres la niña de mis ojos. Eres mi consentida y favorecida, te rodeo de mi favor siempre. (Salmo 17:8)
  • Di todo por amor a ti, eres lo más valioso que tengo. (Juan 3:16)
  • Eres mi amiga. (Juan 15:15)
  • Tengo para ti cosas grandes: sueños grandes, planes grandes, obras grandes. (Jeremías 29:11)
  • Eres mi luz, mi representante en la tierra, mi embajadora. (Mateo 5:13) (1 Pedro 2:9)
  • Eres victoriosa, esforzada y valiente. (Josué 1:9) (Salmo 112:8) (Isaías 40:29-31)
  • Estás llena de talentos y dones. (1 Corintios 12:7)
  • Eres una mujer virtuosa. (Proverbios 31: 10-31)
  • Eres visionaria, emprendedora, decidida… ¡eres mi orgullo! (Proverbios 31:10-31)
  • Eres el corazón de tu hogar. Eres la ayuda idónea para un hombre y te elegí para dar vida, criar, educar, cuidar, levantar una generación para mí.  (Génesis 2:18) (Proverbios 19:14)
  • Eres lo que necesito para extender mi reino en la tierra. (Isaías 43:1)
  • ¡Yo te amo por siempre jamás! (Isaías 43:4) (Jeremías 31:3) (Juan 15:9) (Romanos 8:38,39)
  • Tengo un final feliz para ti. (Jeremías 29:11) 
  • Te estoy preparando un hogar para que vivamos juntos para siempre. (Juan 14:3)
Yo soy lo que Dios ha dicho que soy, no soy una profesión, no soy un número de identidad, ni un monto en una cuenta bancaria. Soy de Dios, un regalo de su infinito amor.

No eres un fracaso

‘‘Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó’’. (Romanos 8:37)
Que hayas fracasado no significa que seas un fracasado. Si lo intentas una y otra vez sin desmayar llegará el momento en que conseguirás lo que quieres.
Las personas exitosas se caracterizan porque no descansan en su intento por conseguir lo que anhelan y su trayectoria en muchos casos está marcada por el fracaso:
  • Las dos primeras empresas automovilísticas de Ford fracasaron.
  • Cuando Einstein era joven sus maestros pensaban que tenía alguna deficiencia mental. Sus calificaciones en el colegio eran tan bajas que un maestro le instó a que abandonara los estudios porque ‘‘¡nunca llegaría a nada!”. Además, no empezó a hablar hasta los 4 años de edad.
  • Disney empezó su propio negocio desde el garaje de su casa, y su primera producción de dibujos animados fue un fallo memorable. Durante su primera rueda de prensa un periodista le ridiculizó “porque no tenía buenas ideas en la producción cinematográfica”.
  • Antes de unirse a la NBA Michael Jordan fue apartado del equipo de baloncesto de la escuela debido a su “falta de habilidad”.
  • Antes de crear la primera bombilla de luz eléctrica, Tomas Alba Edison realizó más de 9,000 intentos.
Para estos exitosos hombres, el fracaso se convirtió en un trampolín al éxito. Si quieres ser grande, si deseas llegar a la cima del éxito, si tienes sueños y proyectos que parecen imposibles; no los abandones, inténtalo una y otra vez hasta alcanzar eso que deseas. Lucha contra la crítica y el desaliento, contra el ‘‘no podrás alcanzarlo’’. Vence tus temores y lánzate en el nombre de Jesús.
Y nunca olvides que Jesucristo pagó por el precio de tu victoria; triunfo constó su sangre, y si le aceptas hallarás la clave creerte vencedor.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Perfectamente arruinada

Mi vida profesional aunque no era perfecta era apasionante. Aún no había terminado mis estudios universitarios y ya estaba trabajando en los medio de comunicación. Tenía grandes proyectos, muchos sueños y un futuro prometedor, según mis jefes, compañeros de trabajo y mis amigos.

En poco tiempo había materializado muchos de mis grandes sueños: escribir para uno de los diarios de mayor tradición y circulación del país, reportar en uno de los informativos más prestigiosos de la televisión nacional, incursionar en el área editorial, en los medios digitales, y ganar un premio gracias a mis labores periodísticas.

Hasta ese momento Dios había bendecido grandemente mi vida laboral y profesional. Era feliz y aunque con muchas responsabilidades, disfrutaba cada etapa de mi carrera. Sentía que no me pagaban por trabajar, sino por hacer lo que me apasionaba. Fue en aquel momento cuando acepté el llamado de Dios y fui arruinada, perfectamente arruinada, divinamente arruinada.

Tracé mi senda, diseñé mis planes, proyecté mis sueños pero fueron frustrados. Hasta aquel momento Dios me había concedido todos los deseos de mi corazón y me había permitido en poco tiempo alcanzar mis ambiciosas metas profesionales. Sin embargo, en ese momento Dios dijo ‘‘no’’. Sus planes eran otros para mí, y como había entregado mi corazón y mi vida a su perfecta voluntad, me fue encaminando hacia su propósito. Recordé que en mi adolescencia ya Dios me estaba llamando para cumplir con una tarea especial.

Escuché el llamado de Dios por vez primera en 2006, pero no sabía hacia dónde quería guiarme la Providencia. Dos años después volví a escucharle, en aquella ocasión indicándome la carrera profesional que debía escoger y la universidad donde debía estudiar. Pero aún en aquellos días no tenía la menor idea de lo que Dios quería hacer con mi vida.

A pocos meses de culminar mis estudios universitarios Jehová me llamaba a ‘‘abrir mi boca por el mudo en el juicio de todos los desvalidos. Abrir mi boca, juzga con justicia y defender la causa del pobre y del menesteroso’’. (Proverbios 31:8-9)
En esos días, la administración de la radio adventista me llamaba para formar parte de su equipo. Me negué rotundamente. Tenía muchas excusas, algunas de ellas muy creíbles y lógicas pero al final de cuentas eran excusas. Y allí estaba, huyendo cual Jonás, escondiéndome tal Gedeón y quejándome como Moisés.

El llamado divino fue a dar las buenas noticias de salvación, ‘‘traer alegres nuevas, anunciar la paz, proclamar nuevas del bien, publicar salvación. (Isaías 52:7) El llamado divino fue para entregarlo todo, abandonar mis sueños y seguir los sueños de Dios. Apreté mis dientes y dije que sí. ¡Mi corazón quedó molido!

Desde aquel día he tenido que recorrer un largo y duro camino. He encontrado pruebas, luchas y dificultades que sobrellevar, algunas de esas luchas han sido contra mí misma: deseos de fama, fortuna, éxito y recompensa terrenal. Otras dificultades han sido las voces de quienes me rodean y desean lo mejor para mí, he tenido que escuchar decenas de veces expresiones como ‘‘estás desperdiciando todo tu potencial’’, ‘‘estás arruinando tu carrera profesional’’, ‘‘estás perdiendo los mejores años de tu vida’’; lo peor de todo es que he llegado a creerlo.

He tenido días duros, en muchos de ellos he llorado amargamente pidiendo un cambio de ministerio; otros días he comparado mi modesto llamado con el llamado a ‘‘brillar’’ de otras personas; en algunos momentos me he sentido como un total fracaso, una hija rebelde indispuesta al servicio del Maestro.

En los últimos cuatro años he estado trabajando para Dios desde su iglesia, el Espíritu Santo me ha enseñado cuán egocéntrica, malcriada, superficial y egoísta he sido al negarme y poner peros al llamado de Dios. En muchas ocasiones me he quejado y negado a las asignaciones divinas, porque seguir el llamado de Dios incluye cada día negarse a uno mismo: a sus gustos, deseos y búsqueda de alabanza, gloria y recompensas terrenales.

Cuando mis planes laborales eran trazar una carrera profesional en los medios de comunicación seculares, ganando premios y comunicando sobre controversiales temas sociales; el llamado de Dios para mi vida era a contar las buenas nuevas de salvación.

Al aceptar el llamado de Dios también he recibido grandes satisfacciones y bendiciones como la de ver muertos espirituales resucitar, jóvenes alentados y adultos motivados a vivir para Dios. Sobre todo, he aprendido que el trabajo no define quién soy; que la satisfacción profesional no se trata de alcanzar éxito académico, premios o prestigio profesional, sino del empleo efectivo de los talentos, oportunidades y potencialidades para el servicio y ministerio de Cristo.

He entendido que no importa el lugar donde la Providencia me coloque: siendo presidenta de una nación, barriendo las calles de una ciudad, una nobel o ama de casa; lo importante es vivir bajo el principio divino: ‘‘Todo lo que hagan, háganlo de buena gana, como si estuvieran sirviendo al Señor y no a los hombres. Pues ya saben que, en recompensa, el Señor les dará parte en la herencia. Porque ustedes sirven a Cristo, que es su verdadero Señor’’. (Colosenses 3:23-24)

He dejado que Dios me indique el camino por donde debo andar y la tierra que debo labrar, mientras tanto, con voz torpe pero segura respondo al llamar: ‘‘Heme aquí, envíame a mí’’.  (Isaías 6:8)

Por ahora sigo perfectamente arruinada hasta que Cristo vuelva.

miércoles, 4 de mayo de 2016

Actitud de vencedor








Cuenta la leyenda que cuando se construía la catedral de Notre Dame, los obreros trabajaban afanosamente en las tareas de la  edificación. Cierto día, pasó por allí un viajero que se detuvo a observar las obras.

Aquel curioso viajero se acercó a uno de los trabajadores que, maldiciente y con el rostro arrugado, levantaba una piedra enorme.

- ¿Qué está haciendo, buen hombre?, preguntó el viajero.

- Ya lo ve, levantando esta enorme piedra. Con este sol abrasador el trabajo resulta insoportable. Esto no hay quien lo soporte. Un día tras otro, un mes tras otro, año tras año. Unos días con calor, otros con lluvia y muchos con frío.

El viajero camina unos pasos y se acerca a otro trabajador que, después de golpear una enorme piedra con el pico, está levantándola con gran esfuerzo para colocarla sobre otra.

- ¿Qué hace usted, buen hombre?, pregunta al esforzado trabajador.

Molesto por la mirada del visitante y malhumorado por el terrible esfuerzo que acaba de realizar, contesta mientras se seca el sudor:
- ¿Es que no lo ve? Estoy levantando este interminable muro que, si Dios no lo remedia, acabará conmigo.

El viajero curioso avanza un poco más y se encuentra a un tercer trabajador que está realizando una tarea similar a la de los dos anteriores.

- ¿Qué está haciendo usted, buen hombre?, pregunta por tercera vez.

El trabajador, sonriente y orgulloso le contesta:
- Estoy construyendo una catedral, una obra de arte para la humanidad, un templo donde habitará Dios. Sin dudas, esta será una obra maestra. Me siento orgulloso del trabajo que estoy haciendo porque con mis manos construyo el futuro.

¡Cuán importante es nuestra actitud antes las adversidades! Nuestra actitud determina nuestro éxito o fracaso en las tareas cotidianas: es el viento que hace andar nuestra embarcación o la que tumba las velas y hunde la barca.

Los tres trabajadores estaban haciendo la misma tarea. Los tres recibirían el mismo salario, sudaban bajo el mismo sol candente y se mojaban en la misma copiosa lluvia. Los tres realizaban el mismo esfuerzo. Pero su actitud determinaba productividad ante esas pesadas piedras.

Ojalá que esta leyenda nos inspire a vivir hoy haciendo con pasión y alegría nuestro trabajo. Que esta historia nos motive a tener una actitud de vencedor.


‘‘Hagan lo que hagan, trabajen de buena con todo su corazón, como para el Señor y no para amos humanos, ya que usted sabe que va a recibir una herencia Del Señor como recompensa. Es a Cristo el Señor servís’’. Colosenses 3:23, 24

lunes, 11 de abril de 2016

Voy a una fiesta y no sé qué ponerme



Un tema de nunca acabar con nosotras las chicas. Vas a un evento social y no sabes qué ponerte. Tienes el clóset lleno de ropa pero ninguna te parece oportuna, ninguna es lo suficientemente bonita para la ocasión. Comienzas a sacar ropa del clóset. ¿Un vestido largo o uno corto? ¿Una falda tipo lápiz o una con tachones? ¿Zapatos rojos o zapatillas negras?


He aquí el gran dilema. Ves que la cama se llena de ropa. Sacas toda la ropa del clóset y la amontonas encima de la cama, la mesa de noche y hasta en el piso. Te mides, te pruebas, te vuelves a medir esa falda que hace tanto que no te pones, pero nada te convence.


Una opción es salir a comprar ropa nueva que sea oportuna. Pero no siempre hay dinero o suficiente tiempo para darse ese placer. Otra opción muy común y más barata es ponerse un pancho. ¿Y quién no se ha puesto un pancho? Un pancho es una prenda de vestir prestada, usualmente de algún familiar o amigo cercano: de la hermana, la prima, de la mejor amiga, de la mamá, de la tía, en fin, una prenda de vestir prestada.


Esta preocupación no es exclusiva de nuestra época; hace miles de años atrás a un hombre le pasó algo similar. Este hecho está registrado en Mateo 22:1-14 y Jesús lo compartió con sus seguidores.


Cuenta la historia que un rey hizo una fiesta de bodas a su hijo y envió a sus siervos a llamar a los invitados pero éstos no quisieron asistir; se fueron, uno a su labranza, y otro a sus negocios; y otros, tomando a los siervos, los afrentaron y los mataron. El rey se enojó mucho y envió sus ejércitos para que aniquilaran a aquellos homicidas y quemaran la ciudad.


Entonces el rey animó a sus siervos a que fueran a las salidas de los caminos y llamaran a todos las personas que encontraran desocupadas. Así lo hicieron los siervos y se llenó el palacio de cuantos aceptaron la honrosa invitación. Cuando el rey entró para saludar a los invitados, encontró a un hombre que estaba vestido inapropiadamente y mandó a sacarlo a la fuerza.


Muchos cuestionan la bondad y misericordia de aquel rey que despreció a ese hombre mal vestido. Sin embargo, Apocalipsis 3:15-18 nos da los motivos del rey: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas”.


Si no sabes qué ponerte en tu vida espiritual, entonces deja de pedir ropa prestada y aparentar que tienes la ropa apropiada para la fiesta con el rey. Acepta su manto de justicia y su gracia salvadora que cubren tu desnudez.