martes, 28 de noviembre de 2017

El día en que una familia budista me llevó a una iglesia adventista

Sería mi segundo y último sábado en Japón. Estaba muy entusiasmada con la idea de hacer homestay y conocer a la familia que me hospedaría en su casa durante los próximos tres días.

Había pasado toda la semana orando por ellos, y deseando que dicho encuentro fuera amistoso y agradable. Cuando nos presentaron, sus rostros sonrientes y su escaso español, me dio la sensación de que aquel sería un fin de semana fuera de serie. ¡Y así fue!

Ellos son budistas y como sabían que soy adventista, me preguntaron qué quería hacer durante el sábado e incluso me propusieron visitar la iglesia adventista más cercana a su casa. Mi rostro se iluminó y sin pensarlo dos veces acepté la propuesta.

Para mi sorpresa, la iglesia estaba bastante cerca del hogar donde me estaba hospedando. Al llegar, nos recibieron con tal calidez, que nos sentimos cual miembros de la realeza. Y aunque las barreras idiomáticas nos separaban, fue bastante agradable escuchar los mismos himnos y ver el mismo ritual que realizamos en Occidente. Gracias a la traducción, capté el mensaje y constaté que tenemos un mismo Dios y una misma verdad.

Pero lo que más me sorprendió fue la actitud de mi familia anfitriona, que pese a las diferencias religiosas, (diferencias diametrales) estuvieron atentos y receptivos al mensaje; respetaron la ceremonia (que es bastante distinta a la budista), y con interés participaron del servicio de adoración.

Su actitud me hizo pensar en cuán necesaria es la tolerancia. Vivimos en un mundo heterogéneo, con tanta diversidad en cuanto a religión y filosofía se refiere; por eso hoy, más que nunca, necesitamos practicar el respeto. Es increíble que los religiosos seamos intolerantes; es inconcebible, pero cierto, que en nombre de la religión se comentan los actos más atroces, las barbaries más horrendas.

Aquella familia budista hizo preguntarme si estuviera en su lugar, ¿estaría dispuesta a llevar y acompañar a un budista a su templo?, ¿qué tanto practico la tolerancia?, ¿cuán dispuesta estoy a respetar la libertad que otros tienen, aunque no esté de acuerdo con sus ideas?

martes, 24 de octubre de 2017

Lecciones aprendidas en Japón

Hace unos pocos días realicé el viaje de mi vida -al escribir estas líneas se me dibuja una sonrisa porque cada vez que realizo un viaje termino diciendo lo mismo- y es que al viajar aprendemos tantas lecciones valiosas. Por eso, en mi reciente viaje a Japón procuré anotar algunas de las más valiosas lecciones que aprendí:

1. Enfócate en el destino: Antes de llegar a Japón hicimos una parada en Atlanta; donde dormiríamos, y a la mañana siguiente volaríamos hasta nuestro destino final: Tokyo. Mis compañeros de viaje habían planificado recorrer el centro de la ciudad durante la noche. Cabe destacar que viajábamos acompañados de un grupo de 12 japoneses. Cuando llegamos al hotel, los miembros de la delegación japonesa se dispusieron a descansar, mientras que la mayoría de los dominicanos decidieron salir a pasear. Cuentan los chicos que salieron del hotel, que no lograron ir al centro de la ciudad y que tuvieron algunos imprevistos con el transporte que tomaron. Así que aquella salida resultó ser una pérdida de tiempo, dinero y energía. Mucho se nos ha dicho que disfrutemos el viaje sin importar cuál sea nuestro destino; y realmente se hace necesario aprender a deleitarse en cada etapa de la vida, y celebrar cada acontecimiento que nos conduzca al éxito; sin embargo, cuántas veces nos desenfocamos del objetivo porque nos entretenemos en el camino.

2. Que ayudar a otros sea parte de tu cultura: Quedé atónita con la amabilidad del pueblo nipón. Los ciudadanos tienen una tendencia natural a brindar ayuda, incluso a desconocidos. En todo mi viaje por distintas prefecturas de la isla, no me faltó el ofrecimiento de una mano amiga (sin considerar a empleados de líneas aéreas y hoteles) para cargar mi equipaje. 


3. Si quieres ser exitoso necesitas cultivar la disciplina, el orden y la sistematicidad: Tres virtudes muy practicadas en Japón. La filosofía japonesa está enfocada en la productividad, y para alcanzar resultados satisfactorios tanto en el trabajo como en la cotidianidad; los japoneses procuran cumplir sus tareas de manera rigurosa. No me extraña que Japón se convirtiera en una superpotencia en tampoco tiempo luego de la Segunda Guerra Mundial. Gracias a estos valores, han sacado gran provecho a su potencial. 

4. Que no quede nada en el plato: Una de las costumbres que más impacto me causó fue la cultura del ahorro. Desde el mayor hasta el más joven, los japoneses no dejan sobras en sus platos; cada quien procura servirse justo lo que se comerá. Eso de comer con los ojos, de servirse un montón de comida y luego tirarla a la basura, no solo es una mala costumbre, sino que también es visto como un gran defecto y una falta de consideración hacia los que no tienen nada. 

5. Planifica hoy lo que harás mañana: Fui a Japón para participar en el International Youth Development Exchange Program 2017, cuya agenda era bastante intensa: entre clases, conferencias, mesas de discusiones y visitas guiadas. Cada día los coordinadores del programa nos indicaban las actividades que realizaríamos al día siguiente, así cada participante podría prepararse para el próximo día. Los japoneses dejan muy poco a la improvisación.
6. Todos necesitamos una familia: Una de las actividades del programa fue hacer homestay. Durante un fin de semana debía quedarme en casa de una familia japonesa desconocida. Ya habían pasado 12 días de mi vuelo a Japón, extrañaba a mi familia, pareja, amigos y rutina, pero fue estando en el hogar de los Iwuabuchi, rodeada de cariño y buenas atenciones cuando sentí un calorcito en el pecho y se me entraron unas ganas irresistibles de volver a mi hogar. Fue allí donde recordé que todos necesitamos una familia, un lugar donde pertenecer. 

7. Déjate sorprender y atrévete a derribar los prejuicios: Una nueva amiga japonesa y yo decidimos sincerarnos y confesar los prejuicios que teníamos sobre nuestras culturas. Le confesé que antes de viajar a Japón creía que todos los japoneses era personas muy calladas, rígidas y sumamente enfocadas en el trabajo; pero luego de compartir con la cultura japonesa descubrí que también son personas detallistas, amigables y humildes. Además, tal como dice mi abuela: ''No todos los dedos de la mano son iguales'', del mismo modo en que no todos los miembros de una cultura son similares. 

jueves, 1 de junio de 2017

Curiosidad vs interés genuino


¿Por qué no tienes novio?
¿Cómo murió?
¿Cuándo se casan?
¿Esperan estar viejos para tener hijos?

Preguntas indiscretas que escuchamos una y otra vez, cuyas respuestas están llenas de intimidad.

En la era en que vivimos donde millones andan revelando sus intimidades en las redes sociales, se hace extraño que algunos se sientan incómodos ante preguntas como estas. Me incluyo en el grupo.

La curiosidad, ese natural, a veces exagerado y obsceno deseo de ver, averiguar o saber algún asunto íntimo de la vida de alguien más. Ese alguien no necesariamente debe ser un familiar o ser querido. Y ante tal deseo de averiguar, sucumbimos en la tentación de cuestionar, en muchos casos inoportunamente. Frente al fisgoneo, cabe recordar el viejo refrán: ''La curiosidad mató al gato''.

En cambio, el interés genuino va más allá de la simple curiosidad. La curiosidad es solo un deseo, pero el interés trae consigo amor, aprecio por esa persona o por la situación que le ocurre.

Cuando hay curiosidad queremos saber de más; cuando hay interés procuramos ayudar aun sin saber los detalles, causas, razones y motivos. 


Cuando sentimos interés genuino ante una situación, más que hacer preguntas, procuramos ayudar en silencio y sin llenar de interrogantes inoportunas o dolorosas. Porque, pensándolo bien, ¿de qué nos sirve saber la respuesta de una pregunta si no vamos a ayudar o si esta información no nos servirá de nada?

La curiosidad y el interés no solo afectan nuestras relaciones interpersonales; también influyen en nuestro caminar con Dios. No es lo mismo tener curiosidad, que sentir interés por conocer a Dios y entablar una amistad con él. 

La curiosidad nos hace investigar y leer la Biblia, conocer las doctrinas y descubrir la verdad. En cambio, el interés nos lleva a entablar un vínculo con Dios, a disfrutar de una relación intima y profunda, donde no siempre tendremos respuesta ante todas las preguntas.