jueves, 1 de octubre de 2020

Cinco lecciones que aprendí del distanciamiento físico

Debo reconocer que he sido muy rigurosa al cumplir con las medidas de distanciamiento físico. Las razones son de conciencia y disciplina más que por pánico o miedo a la enfermedad. 

Como continúo trabajando de forma remota, mis salidas son muy reducidas y se circunscriben a diligencias y actividades esenciales donde se requiera mi presencia de forma obligatoria.

Quiere decir que desde el sábado 14 de marzo hasta el día de hoy no he abrazado a mis familiares, no he tenido salidas recreativas junto a mis amigos, jamás he vuelto a un restaurante, he tenido que contemplar desde lejos a mis seres queridos, no he podido saludar con calidez a mis hermanos en la iglesia, no he recibido visitas en casa ni he podido cargar a mi sobrina que nació hace ya cinco meses. Así que a través de la tecnología he tenido que mantener el contacto, lo cual me hace sentir como si me hubiera mudado a otro continente. Y por supuesto que esto me ha enseñado lecciones invaluables que escribo para no olvidar. 

1. Se necesita muy poco para ser feliz y estar bien. Vivimos en una carrera constante por comprar el último modelo de celular, nos afanamos por un guardarropa a la moda, comprar un nuevo automóvil, llenar la casa de corotos, complacernos con juguetes de última tecnología, tener un cuerpo más bonito que sano y por supuesto presumir de nuestros viajes en las redes sociales. Y nada de esto le da plenitud ni sentido a vida. Al estar en casa, mis gastos se han reducido al mínimo y debo admitir que he necesitado muy poco para estar bien. Quisiera como el apóstol Pablo poder decir: “He aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación”. (Filipenses 4:11-13)

2. El valor del contacto físico. Extraño los abrazos de mis padres, pararme en la puerta de la iglesia y saludar a todos, sentarme en la mesa junto a mis seres queridos y jugar con mis sobrinitos. Las caricias, las miradas y el contacto físico nunca podrán ser remplazados. Espero no olvidarlo cuando volvamos a reunirnos y me sienta tentada con un dispositivo móvil frente a mi. 

3. Estar atento a las necesidades de los demás. Algo tan sencillo como una oración intercesora, un mensajito de texto, una llamada telefónica; en fin, estar pendiente de quienes nos rodean, especialmente de los más vulnerables. Dejar de pensar tanto en nosotros mismos y nuestros problemas para concentrarnos en otros e intentar aliviar sus cargas. 

4. La temporalidad de nuestras relaciones. Nadie nos pertenece y ninguna relación dura para siempre. Los hijos crecen y se van del hogar, nuestra pareja a quien juramos amor eterno algún día fallecerá, si no es que fallecemos nosotros primero. Los amigos se distancian y las personas que alguna vez fueron significativas y muy cercanas dejan de serlo. Y esto me ha llevado a confirmar que...

5. Solo Cristo basta. Establecer un vínculo de intimidad, una relación significativa, encontrar en él nuestra identidad, depender de él, descubrir en su presencia que es el único que puede dar plenitud y sentido a la vida, el único capaz de suplir todas nuestras necesidades emocionales y llenar nuestro sentido de pertenencia. Construir una relación capaz de enfrentar cualquier obstáculo y perseverar en ello hasta que se cumpla la promesa de su segundo regreso. 

Agradezco a Dios por los abrazos dados y recibidos, las comidas con los seres queridos, las risas y lágrimas compartidas y los momentos vividos. Porque al final, seremos conocidos por cómo amamos, esto es lo más importante en la vida y lo único que nos llevamos hasta la tumba.