viernes, 15 de septiembre de 2023

Una vida transformada habla más fuerte que cualquier elocuente sermón



Últimamente he escuchado a muchos cristianos empoderarse con el argumento de que Jesús desenmascaró a los fariseos llamándoles hipócritas, Pablo entregó al diablo a los creyentes rebeldes, Juan el Bautista denunció a los poderosos de su época, y Elías señaló el pecado del pueblo. Se sienten con la misma autoridad y entienden que han sido llamados para denunciar el pecado de los demás. 

Ante tal actitud me pregunto: ¿hacen estos cristianos los milagros que ellos hicieron?, ¿el Espíritu Santo les usa con tal poder que decenas o cientos se han convertido a través de su mensaje?, ¿han dedicado toda su vida a la predicación del evangelio?, ¿han renunciando a todos sus bienes para vivir modestamente como aquellos hombres lo hicieron solo con el objetivo de llevar las Buenas Nuevas? Si la respuesta es no, entonces es muy probable que no están llamados a señalar el error ajeno, porque no tienen la misma autoridad que ellos tuvieron.

No me refiero a que vivir de espaldas a las Escrituras y a no llamar el pecado por su nombre. No se trata de hacerse de la vista gorda o confabularse con quienes viven abiertamente en pecado sin valorar la gracia transformadora de Cristo. 

Sin embargo, el llamado de Dios para sus hijos es a predicar con el ejemplo: no a llenar nuestro muro de Facebook con indirectas o a denunciar en nuestros post las faltas de otros. Cristo nos ha pedido que seamos luz, no altoparlantes. (Mateo 5:14-16) Es muy fácil señalar las faltas de otros, por impopular que parezca... pero solo un corazón transformado vive conforme a la verdad.

La mayor denuncia que podemos hacer ante los pecadores es una vida limpia y recta. Serán nuestras acciones las que hablarán por sí solas. Porque una vida transformada habla más fuerte que cualquier elocuente sermón. 

Cristo mismo murió por aquellos fariseos hipócritas, y nos advierte que revelaremos su gloria en la medida en que amemos a los demás como él nos ha amado. (Juan 13:35)

Cuando miramos a un pecador con amor, y le mostramos lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, que cuando éramos pecadores aun así Cristo nos redimió; (Romanos 5:8) entonces ellos encontrarán esperanza y querrán conocer a ese mismo amante salvador. 

No son nuestras palabras las que cambiarán a los demás, ni siquiera nuestras buenas acciones; es el Espíritu Santo quien obra en los corazones, debemos dejar de querer hacer el trabajo del Espíritu Santo y procurar que el Espíritu nos transforme para llevar a otros a rendirse ante él.