jueves, 30 de agosto de 2018

6 lecciones que aprendí de mi boda

Hace unos días uní mi vida para siempre con el amor de mi vida. Estos días han sido maravillosos, algunos llenos de extrema alegría, otros llenos de mucho estrés, otros han sido muy nostálgicos, todos completamente diferentes e irrepetibles. En este proceso he aprendido algunas lecciones básicas que espero me acompañen por el resto de mi vida. 

El día de la boda no es ni será el día más feliz de mi vida. No me mal interpretes, realmente disfruté al máximo el día de mi fiesta de bodas, estuve rodeada de mis seres queridos y todo fue hermoso. Tal vez sea una novia extremadamente rara, pero trata de entenderme: los momentos más bonitos de la vida, aquellos que son inolvidables, los que realmente guarda nuestro corazón son aquellos momentos espontáneos, a veces un poco caóticos, sin muchas complicaciones, sinceros y sin planificar. La vida se construye de muchísimos buenos momentos. Así que decir que aquel fue el día más feliz de mi vida, es despreciar todos aquellos otros días felices que he vivido, y cerrarme a la posibilidad de ser feliz con los sencillos detalles de la vida. 

No es lo mismo el matrimonio que casarse. Por lo general las novias le dan más importancia a elementos como el vestido,  la decoración, los invitados y los detalles que harán de la fiesta un evento inigualable. Sin embargo, ''Casarse es una cosa y el matrimonio es otra'', como suele repetir una querida y sabia amiga. Así que decidí desligarme de los preparativos de la fiesta, y concentrarme en aquellos factores que serían duraderos: los pilares de una relación, los proyectos juntos, los acuerdos y la diaria convivencia. 

Nunca podré agradar a todos. Nunca, nunca, nunca. Y en el momento que lo haga, muy probablemente estaré desagradándome a mí misma.

Los momentos felices no necesitan photoshop. Ni fotos posadas, ni filtro, ni mucho maquillaje o peinados elaborados, ni poses, ni trajes costosos. Tampoco necesitan muchas explicaciones. Pueden ser en medio de la jornada de trabajo, a bajo costo y sin mucho esfuerzo. No hay que matarse para ser feliz, y mucho menos para demostrar que se es feliz. 

A veces en los momentos especiales, no podrán acompañarme todos mis seres queridos. Esto es parte de la dinámica de la vida, y desde la distancia sus corazones estarán conmigo; no solo en los buenos momentos, también en los malos. 

Dios es el autor del matrimonio y se complace en bendecirlo de todas las formas posibles. Si invito a Jesus a mi relación, Él se encargará de multiplicar el vino cuando falte; su presencia transformará mi corazón y mi hogar.