miércoles, 21 de mayo de 2014

La mejor lección que he aprendido de mi madre

''Nunca valores a una persona por los logros que ha obtenido o por su estatus social''. Esa es la frase que recuerdo escuchar de mi madre una y otra vez desde que tengo uso de razón.

El valor de un ser humano va más allá del título que pueda colgar en una pared, de la marca del automóvil que guarde en su garaje o del color de su piel.

He visto a mi madre tratar a todos por igual. No menosprecia a las personas por su forma de vestir ni los critica por ello.

Ella me ha enseñado que las medidas de mi príncipe azul no deben ser las del ancho de sus brazos, su altura o la cantidad de cuadritos de su abdomen; sino del tamaño de su corazón. Que su potencial no es proporcional a su profesión, más bien a su carácter.

La lección más grande que he aprendido de ma' es a ver más allá de donde los ojos humanos se acostumbran a mirar y apreciar el valor intrínseco del ser humano.

''El Señor dijo a Samuel: No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón''. 1 Samuel 16:7