lunes, 31 de mayo de 2010

Una dulce mañana


-¡Galletas de chocolate! ¡Galletas de chocolate!
Torpemente se abría paso entre los pasajeros que se encontraban en el autobús.
-¡Por favor, ayúdame! Cómprame una galleta de chocolate, a cinco y a diez!
Las personas lo miraban con lástima. Era un jovencito de 12 a 15 años con deficiencias para caminar y hablar.

Aquella mañana estaba tan absorta en mis pensamientos, tan concentrada en mis asuntos que ni siquiera noté cuándo y cómo entró al autobús. Pero al escuchar su voz, sus palabras insistentes, y al verle caminar sentí un calor en el pecho.

-¡Buenos días Josué! Agárrate bien, le  advirtió el conductor del autobús con una sonrisa.
Como si nada le preocupase, Josué se desplazaba de un extremo a otro en aquel autobús, buscando unos chelitos para ayudarse y probablemente ayudar a sus padres. Esta es la triste realidad que viven muchos niños en nuestro país.

-¡Por favor cómprame una galleta de chocolate a cinco pesitos! Era muy temprano para comer dulces, pero muchos de los pasajeros decidieron endulzar su mañana y compraron galletas a Josué. Algunos por compasión, o tal vez para salir del paso, y otros como yo, para llevársela a alguien que aprecia esa clase de gestos, alguien con quien pudiera compartir esta historia y alumbrar su rostro con una sonrisa esperanzadora.
-¡Chofer déjeme aquí, por favor! ¡Chofer déjeme aquí! Insistía una y otra vez aquel jovencito.
-No Josué, debes esperar la próxima parada, no puedo detenerme aquí, contestó pacientemente el conductor.

Al llegar a la parada Josué y yo nos desmontamos. Él continuó con su paso torpe hacia el oriente, mientras me dirigía al occidente. Él pregonaba a viva voz: ¡Galletas de chocolate a cinco y a diez pesitos! ¡Galletas de chocolate! Y yo pensaba en lo afortunado que es al endulzar las mañanas de muchos con su voz, su caminar, con sus galletas y con la sonrisa que comparte.

Continué mi camino y cargué conmigo la imagen de ese tierno y fuerte muchacho que me regaló una dulce mañana.