Cuando muera no quiero que me regalen flores. Que nadie se atreva a decir palabras bonitas en mi honor. No quiero que viajen de un lugar lejano o cancelen importantes actividades solo para asistir a mi velatorio. Ni siquiera quiero que me recuerden. ¡Olvídenme!
Yo quiero que ahora me regalen flores.
Que ahora aparten tiempo de su apretada agenda, olviden sus compromisos y se detengan un poco para estar conmigo. Cuando muera no quiero que me admiren ni que cuenten una experiencia especial que hayamos vivido juntos. Ahora y no cuando muera es que quiero que me demuestren su afecto.
¡Ahora!
Cuando muera no quiero que solo digan cosas buenas sobre mí. No intenten respetar mi memoria. Total, aquellas palabras no podrán resucitarme, tampoco podrán borrar mis hechos, conducta y trayectoria. Mejor ahora eviten ofenderme, insultarte o dañar mi imagen; mientras estoy viva.
Cuando muera no quiero que me perdonen, perdónenme ahora. Ahora que estoy viva, ahora que puedo vivir; ahora que puedo amar, agradecer, crecer y perdonar.
Es ahora y no cuando muera que podré vivir. Y es ahora y no cuando muera que quiero vivir.
Como dice el proverbista Salomón: ''Hay esperanza solo para los que están vivos. ¡Más vale perro vivo que león muerto!'' (Eclesiastés 9:4)