jueves, 8 de septiembre de 2011

Crónica de una OMSA a las 5 de la tarde

Me antojé de montarme en una OMSA. Pude haberme encaprichado con un cremoso helado de yogurt, una ducha fría o disfrutar bajo la sombra de un gran árbol, ya que la temperatura no estaba para menos. Pero como privo en chica cosmo y vanguardista decidí que ese sería mi medio de transporte para llegar al parque donde vería a una vieja amiga.
Eran las 5:15 de la tarde; tenía exactamente 45 minutos para llegar al lugar de mi cita. El viaje desde aquella parada hasta mi destino se lleva normalmente 15 minutos.
Tenía tres opciones para transportarme: OMSA, concho y voladora. Aquí en Dominicana, dentro de los medios de transporte más populares se encuentran las autobuses de OMSA, (llamados así por las siglas de Oficina Metropolitana de Servicio de Autobuses). Estos son unos viejos, destartalados y asquerosos autobuses administrados por el Estado. Hace 10 años atrás cuando se inició el servicio era muy distinto. Los autobuses eran modernos, económicos y confiables. Los usuarios no dejaban de hablar de aquellas guaguas que con $5 pesos te llevaban desde el kilómetro 9 de la Autopista Duarte hasta el Hipódromo. Un recorrido de aproximadamente 2 horas.
Las voladoras son autobuses de federaciones y sindicatos que sirven como transporte urbano en largas rutas y que irrespetando las leyes de tránsito, ponen  en riesgo la vida de pasajeros y conductores al superar los límites de velocidad. De ahí viene su creativo nombre.
Los conchos son destartalados carros públicos. Estos increíbles automóviles (que muchos pantalones me han arruinado) montan a 6 pasajeros por $25, $30 hasta $50 pesos dependiendo lo larga que sea la ruta.  
Luego de esperar de 5 a 8 minutos, abordé una OMSA supuestamente con aire acondicionado. Haría un recorrido de no más de 5 kilómetros. El autobús estaba desahogado.  Me sorprendió la baja cantidad de pasajeros que había debido a la hora, pero me imaginaba que en las próximas paradas aumentaría considerablemente el flujo de usuarios. Pagué a la cobradora con una moneda de $25 y me ubiqué como pude. Como la felicidad del pobre dura poco, en las dos siguientes estaciones abordaron muchos pasajeros.
Justo a mi lado, una señora muy coqueta; con aires de megadiva, se pintaba las uñas, ya que era su cumpleaños y quería lucir mortal para celebrar tan grande acontecimiento. No sé si era el olor del esmalte de la megadiva, el pestilente olor de los trabajadores luego de una jornada intensa de trabajo en pleno verano caribeño o simplemente mi retorcida imaginación, pero el olor de allí no era nada agradable. Por un momento me volví claustrofóbica. El viaje fue lento y pesado. 45 minutos en el autobús y cuando me desmonté por primera vez disfruté inhalar monóxido de carbono.
Música de fondo para amenizar el viaje. Una corriente selección de éxitos cristianos; logré identificar los artistas que sonaban: Lilly Goodman, René González, Tercer Cielo y Marcela Gándara.
Los tígeres que estaban en la cocina vociferaban toda clase de expresiones. No entendía lo que decían. Debo aprender un poco de jerga urbana contemporánea. Necesito escuchar una exquisita selección de Dembow.
El autobús no se movía. El tráfico vehicular estaba totalmente paralizado. Hora pico. ¡Qué horror! Intenté distraerme con el paisaje, pero fue inútil.  De repente, su mirada escrutadora e indiscreta me  sacó de absorción. Un joven de 5’6 pulgadas me estudiaba con detalle. Me sentí intimidada. No sabía que era peor, el barniz de uñas de la cumpleañera, la mirada inoportuna, el olor a gente o el apiñamiento entre los pasajeros.
Canté el Aleluya de Haendel al notar que mi parada estaba próxima. Torpemente me abrí paso entre la multitud.
-¡Perdón!
-¡Permiso!
-¡Disculpe!
Nunca había usado estas tres palabras tan seguidamente. Al fin, luego de una lucha titánica en contra de los pasajeros apiñados, la gravedad y mis debiluchas piernas, llegué a la puerta para esperar mi parada.
Luego de 1 hora y 5 minutos, estaba allí. Me desmonté del autobús y di un ligero salto. ¡Sobreviví a una OMSA a las 5 de la tarde! 
Definitivamente andar en OMSA es un deporte extremo.