lunes, 30 de noviembre de 2020

Las manos de una guerrera

Miró mis manos, las comparó con las suyas y me dijo: 

-Que hermosas manos tienes, las manos de una verdadera mujer, porque las mías son tan horribles y están llenas de callos. 

Quedé sin palabras y alguien más respondió por mí:

-¡Tus manos son las manos de una guerrera!

Me sentí culpable de ser afortunada. Esa sensación que me acompaña cuando estoy en contacto con una persona cuyas circunstancias han sido difíciles y cuya historia es desgarradora. 

¡Sí, culpable! Porque no he hecho absolutamente nada para tener la vida que tengo y peor aún, porque hago muy poco para combatir la injusticia en el mundo. ¡Culpable!... esas pudieron haber sido mis manos y mi historia. 

Me contó su historia, una llena de sufrimiento, violencia y abusos. Me contó como fue explotada por personas despiadadas que han olvidado la dignidad con la que ha sido creado cada ser humano.  Se me hizo un nudo en la garganta. Y aunque no suelo llorar, cada vez que como periodista tengo que escuchar una historia de dolor como esta, mi corazón se rompe en pequeños pedazos. Incluso a veces pregunto, tal como lo hizo el profeta Habacuc, "¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás? (Habacuc 1:2)

A veces siento que el reino del mal prevalece, que el malo nunca tendrá su paga y que la injusticia reinará sobre los más vulnerables. Pero luego recuerdo la promesa bíblica: "Dios juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud. Jehová será refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia". (Salmos 9:8‭-‬9) 

Me miró con sus ojos grandes y redondos, llenos de ilusiones y sueños. Ojos que miran el futuro con esperanza, no cuestionan el obrar de Dios y continúan confiando en el amor y la providencia divina.  Ojalá pueda desarrollar esa clase de fe, esa resiliencia y confianza en el amor de Dios. 

Nos despedimos y sigo con la imagen de sus manos, las manos de una guerrera.