sábado, 12 de febrero de 2022

Más allá de la cortesía y los buenos modales

Hace poco me invitaron a impartir un breve devocional en un reinado de cortesía que celebraron en mi iglesia de origen. Me sorprendió mucho la invitación porque pensaba que esta clase de eventos, que eran muy populares cuando era niña, ya no se hacían. Luego de orar y preguntarle a Dios sobre qué decir, escribí esta reflexión para compartirla contigo.

La palabra cortesía tiene el mismo origen que cortejo. Se remonta a las antiguas cortes medievales donde se reunía el rey con sus oficiales para dictaminar los casos del día. Al oficial que se portaba bien en la corte, le llamaban cortés y la cualidad que tenía la llamaban cortesía.

La cortesía es un acto de amabilidad, atención o buena educación que se expresa a través de las buenas costumbres.
Algunos sinónimos de cortesía son:
  • Amabilidad 
  • Generosidad 
  • Gentileza
  • Consideración 
  • Urbanidad
  • Educación 
  • Delicadeza
  • Finura 
El principio en el que se fundamenta la cortesía, los buenos modales e incluso las normas de etiqueta y protocolo se encuentran en Mateo 7:12 “Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas”.

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de cortesía o amabilidad. Uno de ellos es Rebeca la esposa de Isaac. En Génesis 24:1-20 narra la forma en que el siervo de Abraham conoció a Rebeca y cómo quedó impactado por su generosidad, delicadeza, hospitalidad y buen corazón. 

Es indudable que la cortesía abre muchas puertas: puede darnos buena fama y buen nombre, y quién sabe si hasta conseguirnos un buen marido, tal como le pasó a Rebeca.

Sin embargo, cuando uno conoce a Jesús y recibe el Espíritu Santo necesita más que un cambio de conducta, necesita un cambio de corazón. Cualquiera puede cambiar su conducta, cualquiera con una buena lectura de libros de superación personal podría desarrollar ciertas habilidades para tratar a los demás, cualquiera con un curso de etiqueta y protocolo refina sus modales. 

Pero la vida cristiana va más allá de tener buenos modales o una conducta delicada y fina. Que por cierto, cada vez más las nuevas generaciones van perdiendo esas habilidades sociales para interactuar. Y los padres que no respinguen porque todos somos responsables de cultivar y enseñar esas buenas costumbres, y las generaciones anteriores han fallado un poco en la transmisión de esos valores. Pero no voy a argumentar sobre crianza, eso se lo dejo a mami. 

Los cristianos necesitamos una transformación total, un cambio de nuestras intensiones para que nuestra conducta sea genuina. Los políticos cuando están en campaña son los más amables del mundo: besan viejitas, cargan muchachitos, abrazan a todo el mundo, pero cuando llegan al poder pierden todas las buenas costumbres.

Los cristianos necesitamos un cambio de intenciones para vivir no buscando o mirando lo suyo propio, como dice el apóstol Pablo, sino velando por lo de los demás. (Filipenses 2:4) Esto no nos da luz verde para ser chismosos o preguntones, así que ya párele de preguntar a esa muchacha cuándo se va a casar o a esa pareja que cuándo van a tener hijos o a ese muchacho que cuándo es que va a adelgazar. Porque para considerar a los demás como a usted mismo no necesita saber sus intimidades.

Necesitamos pedirle a Dios que ponga en nuestros corazón su amor, para y que en él haya un profundo y sincero interés por los demás. Que nos enseñe a tratar a todos, incluso a los que no merecen que les tratemos bien con dignidad y respeto, como a nosotros nos gustaría ser tratados. Mirando a los demás como hijos e hijas de Dios, aunque no lo aparenten. 

Que el Espíritu Santo instale en nuestro corazón el amor ágape que es sufrido, benigno, sin envidia ni altanería. Un amor que no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor, no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Un amor que todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

sábado, 8 de enero de 2022

Otra madre


Clarisa no solo es la madre de mi esposo es también mi madre. Me adoptó adoptó el día en que Edmundo me presentó como su novia; recuerdo lo que me dijo: “Desde hoy serás mi hija y si Edmundo llega a herirte yo seré la primera en defenderte”. 

Clari es una mujer divertida, enérgica, ocurrente y muy canera. Donde quiera que llega se hace sentir.

Es consentidora y la mejor cocinera de comida criolla de todo el país. Cada vez que vamos a su casa me pregunta qué quisiera comer y yo me la desquito mencionado todos los platos típicos que no suelo preparar en casa. Y hace el mejor cóctel del mundo. En verdad ella es como Carnation que “todo lo que toca lo pone bueno”.

Clarisa no es solo la madre de mi esposo, es también mi madre. Me adoptó el día en que Edmundo me presentó como su novia. recuerdo lo que me dijo: ''Desde hoy serás mi hija y si Edmundo llegara a herirte yo seré la primera en defenderte''.

Mi suegra es una mujer agradecida y como el apóstol Pablo “ha aprendido a contentarse cualquier sea su situación”. La admiro porque es capaz de disfrutar en bonanza y escasez.


Es una madre ejemplar, ella sola sacó adelante a sus tres hijos, enseñándoles los valores más sólidos con amor y disciplina. Hizo un excelente trabajo de formación y hoy disfruto de sus frutos.

Estoy muy feliz de ser su hija y muy agradecida de Dios por ponerla en mi vida, quien no pudo haber elegido a una mejor mujer para criar al hombre de mi vida.

Clarisa es un ejemplo de resiliencia, ha sabido reponerse a pérdidas muy dolorosas sin dejar de reírse de la vida.

Clari es una artista competa: tiene una hermosa voz, es la mejor animadora de fiestas, sabe coser, es una decoradora de muy buen gusto y una muy buena actriz.

Gracias a mi suegra aprendí que el amor de una madre puede ser tan inclusivo que es capaz de amar a su nuera como si fuera su propia hija.

Hoy en el día de su cumpleaños, rindo homenaje a mi suegra, mi otra madre, la mujer que Dios eligió para guiar a mi marido Edmundo. Oro para que Dios le dé paz.