sábado, 15 de febrero de 2025

Oficialmente ya no soy joven


Hace poco cumplí 35 años de edad. Oficialmente, ya no soy joven y he entrado en la etapa adulta. Y la verdad es que así me siento.

Ya no tengo miedo al futuro; las preguntas existenciales que me hacía 15 años atrás han encontrado respuesta. La búsqueda de libertad e independencia ya no son un objetivo para mí. 

En mi tiempo libre prefiero estar con personas conocidas, antes que conocer gente nueva. Mis amistades íntimas más recientes las hice hace 14 años atrás; puedo mantener una conversación donde escucho más de lo que hablo.

Ya no cambio una noche de sueño por nada en el mundo. Priorizo mi seguridad por encima de la diversión en actividades extremas. Entre un paquete de Doritos y una mazorca, elijo la mazorca. Ya los dulces no son mi debilidad, porque me interesa más estar saludable que disfrutar cinco minutos de placer con algo azucarado.

Me interesa poco la aprobación de los demás, lo que piensen o digan de mí. Siento que no tengo que demostrarle nada a nadie, porque hace tiempo dejé de construir mi identidad.

Me regalan más plantas para sembrar que flores recién cortadas. Cuando voy a la tienda, miro más utensilios del hogar que ropa. Puedo ir a la playa solo a sentarme y lo disfruto tanto como nadar. Ya no me molesta volver a un mismo destino de vacaciones y, además, puedo quedarme un domingo en casa en completa tranquilidad (ese es un logro que mi madre debe celebrar). 

Cuando era niña, deseaba ser joven para tener la combinación de libertad y fuerza. Y ahora que la juventud se ha ido, siento un poco de nostalgia. Tener una etapa de la vida como meta es, definitivamente, un error de inmadurez, ya que la vida no se trata de un destino, sino del trayecto. Ahora que comienzo a envejecer, veo que la juventud está sobrevalorada (probablemente, más adelante escriba una reflexión sobre esto). Pero no cometeré el mismo error dos veces. A partir de ahora, mi meta no estará en alcanzar una etapa o cumplir una tarea, sino en disfrutar del camino que Dios me presente para andar.

Y mirando un poco más hacia atrás, muchos de los grandes desafíos que comencé a experimentar a partir de los 12 años de edad ya están superados. Pero, debo reconocer que la juventud no es la única etapa que trae consigo grandes desafíos; en la edad adulta existen otros retos que enfrentar.

De hecho, pensé en uno de ellos el día de mi cumpleaños mientras conversaba con una adolescente de 14 años. Me contaba con mucha ilusión lo que quería hacer para celebrar sus quince años. Su madre le dio dos opciones: una fiesta o un viaje. La adolescente me dijo con mucha seguridad que prefería una fiesta antes que un viaje, porque, aunque sueña con conocer el mundo, nunca más volverá a cumplir 15 años y quiere celebrar esa ocasión especial con sus familiares y amigos.

Aquellas palabras me hicieron recordar cuando tenía esa edad. Yo también estaba deseosa de conocer el mundo y devorarlo, pero preferí un viaje en lugar de una fiesta. Aquella adolescente me hizo sentir nostalgia, porque ahora que he crecido, que he viajado un poco y que estoy lejos de familiares y amigos, cuánto desearía poder celebrarlo junto a ellos.

Al final, madurar es aprender que las personas son más importantes que las cosas, y que el mayor tesoro que tenemos es estar rodeados de quienes amamos ¡Ese es el verdadero regalo de la vida!